From New York. Electric by Cristina Prada

From New York. Electric by Cristina Prada

autor:Cristina Prada [Prada, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-21T00:00:00+00:00


13

Meisy

—¿Qué? —musito.

Me ha salvado. No puedo dejar de pensarlo una y otra vez. Me ha salvado. Ha cuidado de mí como prometió que haría. No me ha abandonado a mi suerte, a pesar de que era lo que me merecía. No me ha vendido a Archer. Sigue aquí… No se ha marchado.

Su mirada se hace más intensa sobre la mía, da un paso adelante y cada rincón de mi cuerpo se concentra en una única idea: quiero que me bese, que me toque. Lo deseo con todas mis fuerzas.

Sin embargo, en el último segundo, cabecea, solo una vez, y se pasa la mano por el pelo al tiempo que se aleja de mí hacia la estantería del salón, en busca de su móvil.

—Llamaré a alguien para que venga a verte —me explica, marcando un número en su teléfono—. No te preocupes. No dirá nada —se apresura a tranquilizarme.

Pero yo ya lo estoy. Sé que Reed jamás incumpliría una promesa, y no sé por qué lo sé, pero, después de esta noche, lo hago.

Descuelgan al otro lado. Es su amigo Spencer.

Soy consciente de que es lo último que debería hacer, pero no puedo evitar aprovechar que está mínimamente distraído con la llamada para radiografiarlo. El pelo rubio oscuro, la barba que le recorre sexy la mandíbula marcada, la camiseta, los vaqueros, cada armónico músculo que sé que hay debajo… Los pies descalzos… Suspiro, sintiendo cómo un millón de sentimientos anidan en mi estómago; ni siquiera ha perdido el tiempo en ponerse unos zapatos para ir a buscarme.

—Sí, necesito a alguien de confianza —le explica Reed—. No puede decir ni una sola palabra.

Subo la mirada de nuevo, recorriéndolo entero, pero, esta vez, sus ojos ya me esperaban y de nuevo vuelven a hechizarme.

—Que se dé prisa —es lo último que dice Reed antes de colgar, sin levantar su mirada de la mía.

Se guarda el teléfono en el bolsillo y, cadencioso, pero lleno de determinación, con esa seguridad casi adictiva que sabe imprimirle a cada uno de sus movimientos, atraviesa el salón y coge su beisbolera. Regresa hasta mí y, despacio, me la coloca sobre los hombros.

—Debes de estar helada —dice con la voz grave.

—Gracias —respondo, metiendo las manos por las mangas y envolviéndome en ella.

Reed me observa y finalmente toma asiento en la mesita de centro, frente a mí.

—Un médico vendrá a verte —me explica—. Es amigo de un amigo.

Asiento.

—Gracias por no llevarme al hospital.

Ahora es él quien hace el mismo gesto, pero, tan pronto como sucede, pierde su vista en un punto indeterminado a su derecha y da una larga bocanada de aire. No puedo evitar fijarme en sus manos, en cómo descansan sobre sus rodillas entreabiertas en el inicio de un puño.

—Te has puesto en peligro —pronuncia, con la mirada aún perdida.

Yo podría tomar muchos caminos, pero por primera vez con él, con cualquier persona en general, elijo ser sincera.

—Lo sé.

Mi contestación parece descolocarlo o, no sé, quizá fuese la única que quería y la última que esperaba escuchar, y se gira hacia mí.



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